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El bebé que fuimos

Autor
Adolfo Córdova
Data
5 setembro, 2017

Una versión de esta nota fue publicada originalmente en la revista “¡Qué padres!” del periódico Reforma, en diciembre de 2014, y posteriormente en el blog del autor: www.linternasybosques.com.

En el principio… fuimos bebés.

“Escucha a tu niño interno”, “Sé curioso como un niño”, “Haz contacto con tu infancia”. La lista de verbos conjugados y frases trilladas que se aconsejan para tomarse menos en serio, sacudirse el aburrimiento, recargarse de energía, encontrar respuestas… parece asociarse con frecuencia a los niños.

Pero mientras te tomas el café, nadie te dice: “Haz contacto con tu bebé interno”, “Escucha al bebé que llevas dentro”, “Recuerda el bebé que fuiste”. O casi nadie.

Evelio Cabrejo, reconocido especialista en primera infancia, insiste en recordar ese momento.

Ponerse en el lugar del bebé que toda persona fue para reconectar con esa fuerza y ese equipamiento primigenio con el que se llega al mundo ayuda al individuo a comprender más de sí mismo, de sus capacidades y, sobre todo, amplía su entendimiento de los bebés y sus necesidades. Pues nada produce más impacto en la vida que nacer, dice Evelio.

“El bebé, apenas nace, tiene que realizar un gran trabajo corporal, digestivo, de regulación térmica. También un gran trabajo mental. Viene equipado para aprender cualquier lengua, escucha las voces y extrae de las voces rasgos acústicos que escribe en su psique. Interioriza la presencia y la ausencia a partir de lo que escucha, del lenguaje”, explica el especialista colombiano, radicado en París.

Ser conscientes del crecimiento de un bebé es ser conscientes del crecimiento del propio bebé interno, continúa Cabrejo, recordar cómo creció el bebé que fuimos.

Para conectarse con ese periodo, al tiempo que nutrimos el imaginario de otro bebé, Evelio recomienda la literatura, la lectura.

“La lectura en alta voz con los niños pequeños es preciosa porque, a veces, por circunstancias fortuitas de la vida, nuestro bebé interno se ha dormido, pero cuando leemos libros a los bebés despertamos al bebé que llevamos dentro, le leemos a nuestro propio bebé.

“Al leerle, le permitimos al bebé poner en movimiento su actividad de pensamiento, y al mismo tiempo, sin darnos cuenta, nosotros también estamos poniendo nuestro mundo infantil en movimiento, y lo ideal para todo ser humano es que haya una continuidad entre lo que fue de bebé y lo que es hoy”.

De lo contrario, dice Cabrejo, el adulto vive una fragmentación que puede ser la explicación de muchos de sus problemas emocionales.

Reconectarse con ese bebé interno es hacer contacto con la fragilidad propia, pero también con la enorme capacidad de la que tuvimos que valernos para entender el mundo e incorporarnos en él. Todo el esfuerzo del que es capaz todo ser humano, sea como sea su contexto, sus capacidades físicas, todo el esfuerzo del que fuimos capaces.

Nada como el arrojo de un bebé que entra a la vida (pienso en las tortugas recién nacidas que, sin dudar, se lanzan a las olas que rompen, para entrar al océano).

Desparpajo a flor de piel

La escritora y pedagoga argentina María Emilia López lo llama volver a un “estado de infancia”.

“Creo que el detenimiento, el apaciguamiento, esa cierta distensión del tiempo cuando compartimos situaciones de lectura con los chicos, nos ayudan a vincularnos; y esos vínculos no sólo son propicios para los niños, la sensibilidad de los adultos también se moviliza, se nutre, si logramos entrar en situación dialógica con ellos, si hay escucha, si hay creatividad en juego. Suelo llamar a eso ‘crear estado de infancia”, afirma María Emilia en la entrevista de Laura Demidovich “Bibliotecas para bebés: literatura que se acuna“.

El “estado de infancia” es una posibilidad sensible y creativa, una disponibilidad lúdica, y tal vez, continúa, María Emilia, la paternidad y la maternidad exijan cierta recuperación del “estado de infancia”. “Para volver a tener más a flor de piel esa disponibilidad, ese desparpajo, esa entrega al devenir del mundo imaginario necesarios para poder jugar”.

La palabra mágica

Cabrejo explica que el lenguaje es la matriz simbólica de la construcción de la psique humana. A través del lenguaje el ser humano crea el mundo, lo nombra, y entra en él. La literatura nutre el proceso de adquisición de lenguaje y lo amplía.

“La literatura nos ayuda, es el pulmón de la psique para poder respirar frente a todo el sufrimiento y todo lo que el bebé no comprende. Hay que darle mucha literatura al bebé, mucha poesía, mucha música”, dice Evelio.

“Los libros nos permiten construir un espejo verbal para mirarnos en él y aceptarnos como somos”.

De ahí que leer a un bebé sea también reconciliarse y consentir al primer ser humano que fuimos, porque, en el principio, todos fuimos bebés.

Fotografía por Ernesto Huang.