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El bienestar de la primera infancia: ¿una inversión rentable? Parte II

Autor
Lorena Panche
Fecha
15 diciembre, 2016

Pese a los importantes pasos que ha dado Latinoamérica en materia de atención a la primera infancia, los mismos documentos de agencias intergubernamentales y organismos internacionales que consignan estos avances revelan que, también en el área educación y de participación en la cultura, la nuestra sigue siendo una de las regiones con mayor desigualdad social en el mundo: el nivel de desempeño en lenguaje y matemáticas de los niños en edad preescolar pertenecientes a los sectores menos favorecidos de la población es significativamente menor que el de sus pares provenientes de hogares con mayores recursos económicos, y esta diferencia es evidente, asimismo, entre los pequeños que habitan en las ciudades y aquellos que viven en zonas rurales y geográficamente apartadas, o que pertenecen a minorías étnicas y lingüísticas. Además de deficiencias nutricionales, falta de acceso a los servicios básicos de saneamiento y pocas o nulas posibilidades de acceder a actividades, materiales y recursos lúdicos o educativos, la pobreza trae consigo, para una considerable proporción de niños latinoamericanos, limitaciones en el vocabulario y, por consiguiente, en sus posibilidades de expresión y de construcción del significado del mundo que los rodea.

Teniendo en cuenta que existe un consenso generalizado en el ámbito global acerca de la necesidad de considerar a los niños como sujetos de derechos cuyo cumplimiento debe ser garantizado por los gobiernos, estos hallazgos resultan aún más preocupantes. Si el Estado y la sociedad toda, al reconocer el interés superior de los niños, deben brindarles las condiciones básicas para su bienestar y para el ejercicio pleno de sus derechos y de su ciudadanía, resulta evidente que la educación de calidad y el acceso al arte y la cultura, que cumplen un papel determinante para el desarrollo integral de los menores, no pueden ser un privilegio de pocos.

Los cada vez más numerosos estudios que se aproximan a la primera infancia desde diversas perspectivas confirman la importancia de los primeros años de vida para la consolidación de las estructuras psíquicas, culturales, afectivas y sociales que constituyen las bases del desarrollo del sujeto. Dentro de estas estructuras fundamentales que se forman en esta etapa, una de las más importantes es el lenguaje, que no solo incide en el desarrollo de las habilidades comunicativas, sino que cumple un rol central en la construcción del pensamiento simbólico, de la propia subjetividad y de los lazos sociales y afectivos con los otros.

Como lo señala Yolanda Reyes, el lenguaje, y especialmente el lenguaje poético y literario, al que los niños son sensibles desde antes de nacer, los hace partícipes de los saberes, los valores, los códigos y las maneras de ver y hacer propios de su cultura, y funda los cimientos de su desarrollo cognitivo y emocional. Desde esta perspectiva, la implementación de planes, programas y políticas educativas y de fomento de la lectura dirigidos a la primera infancia se hace necesaria para garantizar que todos los menores cuenten con esta caja de herramientas indispensables para su formación como sujetos críticos, con capacidad para argumentar e interpretar el entramado de actores, acciones y textos que conforman su sociedad, lo que incidiría de manera directa en el mejoramiento de sus condiciones de vida y, en consecuencia, en la reducción de las brechas sociales.

Más allá del crecimiento económico, del aumento de la productividad de las sociedades y de la consolidación de una futura fuerza laboral altamente calificada y eficiente, lo que está en juego es la posibilidad de que, durante los primeros años de vida, todos cuenten con los recursos que les permitan llegar a ser, en la edad adulta, ciudadanos libres y plenos. Pero también, y sobre todo, están en juego el bienestar y la felicidad presentes de los niños, aquí y ahora.