En octubre, en Digital Book World, Mark Watkins, en su artículo “The Power and Limits of Curation”, hizo un análisis de la curaduría realizada por seres humanos a través de las redes.
En el debate planteado por Watkins, los atributos del humano en la tarea de curar contenidos son evidentes: tienen gustos definidos en áreas específicas; tienen conexiones y patrones de las que las máquinas carecen; proveen agregación “inteligente”; y sus motivaciones no son estrictamente comerciales. Anota, sin embargo, que la curaduría hecha por humanos también tiene sus defectos. En primer lugar, los curadores humanos son demasiados, no siempre se encuentra el indicado para lo que el lector quiere o necesita; y hay que ser proactivo para acercarse a ellos: hay que buscarlos.
Una revisión más detallada sobre las funciones y el estado de los prescriptores humanos se encuentra en una reciente entrada en el blog de Guillermo Schavelzon. Allí repasa las recientes (y no tan recientes) transformaciones en varios ámbitos de la prescripción de contenidos. En casos de editoriales, librerías y en las estrategias de comunicación digital encargadas a los community managers. Una de sus conclusiones es que “Hoy en el mundo del libro nadie sabe bien cómo hacer para vender lo que se publica, ni siquiera cómo hacer saber, a los posibles lectores, que un libro se publicó”.
En este contexto, ¿puede reconciliarse la función de la curaduría de contenidos de calidad y efectiva con el inabarcable y creciente volumen de producción? Allí donde no llega el alcance del crítico y del curador, ¿hay alguna solución viable en el uso de la curaduría algorítmica?