Ser justo, una acción que rara vez aparece en los cuentos de hadas. Por el contrario, se espera de los protagonistas que sean astutos, inteligentes, fuertes y, sobre todo, que sepan cómo sortear las dificultades con ingenio. Salir de casa, la muerte del padre o de la madre, la figura de una madrasta hacen parte de las adaptaciones de estas historias en el siglo XVIII para desligar el rol de la madre con la mala de la historia. Sin embargo, ¿qué pasaría si, en pleno siglo XXI, volviéramos a contar los relatos originales, sin censura, sin filtro, como un cuento más sin un final feliz en muchos casos?
A lo largo de la historia, los cuentos de hadas por su estructura lineal fueron considerados narraciones de advertencia. En estos, el protagonista sale de su casa —hoy en día podríamos identificarla con la ‘zona de confort’— en busca de aventuras —en realidad, con el deseo de querer ser alguien— para tener una mejor vida, sorteando obstáculos, pruebas, como matar dragones o esperar cien años para despertar a la bella durmiente.
No obstante, si los volvemos a leer hay cosas que nos empiezan a parecer extrañas en ellos. En una primera lectura es difícil identificar qué es porque los tenemos prácticamente interiorizados. Con una segunda o tercera lectura, y ojalá en voz alta, empezamos a reconocer que nuestros protagonistas siguen las reglas, aceptan las pruebas, o mejor, su destino o fortuna, hasta que la magia hace de las suyas para ayudarlos. ¿Qué genera extrañamiento? La falta de crisis existencial en los personajes, su aceptación frente a lo difícil que es la vida y cómo deben ingeniárselas para sobrevivir. Ellos confían, cumplen. Aún en el caso de la Cenicienta, que vive en una situación adversa y que se podría considerar no justa, su deseo de ir al baile se cumple, y puede asistir y conquistar al príncipe. ¿Qué pasaría si no supiera bailar? ¿Qué pasaría si le confesara a su hada madrina que en vez de ir al baile se quiere ir de viaje o tomarse un tiempo de descanso? Dos de los posibles panoramas son: sería otra historia o no tendríamos historia.
En estos relatos lo que importa es la historia, la advertencia, que la audiencia se identifique con los buenos en oposición a los villanos. Pero ¿qué representa el hada de la bella durmiente, que no fue invitada a la fiesta, y quien es la responsable de armar semejante lío en el reino condenando a muerte a la princesa cuando cumpla su mayoría de edad? Representa no solo una mujer rebelde, sino que tiene poder, conocimiento, y que por tanto no puede pertenecer al orden representado por el rey y su familia, porque ella en sí misma es peligrosa. El conocimiento es poder. El conocimiento en manos de las mujeres las hace ser brujas. Un imaginario heredado de la Edad Media, bajo la persecución en nombre del cristianismo, una estructura dirigida por los hombres, y en donde las mujeres debían estar bajo control.
¿Seguimos viviendo en el imaginario de los cuentos de hadas, en el que las figuras femeninas obedecen y aceptan sus destinos sin necesidad de proyectar una vida que puede ser diferente y que no incluye un príncipe azul, sino un dragón, o simplemente la posibilidad de soledad que está presente en la vida de aquellos hombres que al final del día, y de la historia, triunfan? Sin embargo, las mujeres que no responden a este imaginario están más cerca de ser las villanas, las brujas, que, por fortuna, cada vez tienen más acogida por ser las “malas”. En otras palabras, por pensar, cuestionar, preguntarse si es posible que su vida esté en constante construcción en vez de tener un plan previo que hay que seguir.
Desde la Edad Media la idea de la mujer se ha transformado y ahora, más que nunca, se espera que nuestras heroínas tengan la posibilidad de pensar y tener muchos intentos más que un único final feliz. Ser inteligentes y decididas es esencial, y aceptar que está bien tener algo de brujas cuando es necesario resulta fundamental.
Nuevas tendencias en la exploración de estos personajes marginales, en los últimos veinte años, han permitido que los “malos” tengan voz, al reivindicar su rol cuando tienen la oportunidad de contar la versión de su propia historia. El lector ahora tiene la posibilidad de conocer otros puntos de vista, y no solo una versión, que suele ser la de los vencedores. En estos relatos, los buenos necesitan de los malos para que sus acciones tengan sentido. Sucede lo mismo a la inversa: sin los buenos, los lectores no tendrían un punto de referencia para cuestionar las decisiones y acciones de los “malos”. Sin embargo, durante la experiencia de la lectura, es posible encontrar que todos compartimos similitudes con ambos tipos de personajes. Este encuentro valida en el ser humano el reconocerse en el medio de estos personajes. Por lo tanto, darles voz a los villanos resulta esencial y, a la vez, un escape para que los lectores también puedan reconocerse en ellos.
Finalmente, esta exploración y experimentación resultan más cercanas al imaginario de los lectores actuales, que cada vez necesitan más espejos en dónde reflejarse, en lugar de tener solo uno que les diga que son los más hermosos del mundo. Se ha dado una transición de tener toda la atención puesta en la acción a lo que sucede en el interior de los personajes. Se ha producido una transformación de las historias tradicionales, propuestas como narraciones lineales, con una introducción, nudo y desenlace predecibles, que ahora se combinan con mayor libertad y experimentación y que exploran los estados emocionales de los personajes.
Ahora más que nunca, los cuentos de hadas vueltos a contar se necesitan para trazar nuevas lecturas, preguntas, reflexiones en los lectores del siglo XXI. ¿Cómo se ha construido la imagen de la mujer? ¿Qué significa ser un héroe o una heroína? ¿Es posible que el amor sea más que estar en una relación de pareja? ¿Existe la posibilidad de tener más de un final feliz? Los cuentos de hadas están por todas partes, en las canciones, las series, los cuentos, las novelas y las películas. Nos acompañan y, a nuestro lado, han crecido, se han transformado y, sobre todo, siguen adaptándose para sobrevivir junto a nosotros. Un ejemplo de esto está en una frase que sigue resonando y que hace parte del guion de la película El exótico Hotel Marigold, de 2012:
“Es cierto que la persona que no arriesga nada no consigue nada, no tiene nada, lo único que sabemos del futuro es que será distinto, pero quizá nuestro temor es que todo siga siendo igual, por eso debemos celebrar los cambios, porque como dijo alguna vez alguien, al final, todo saldrá bien y si no sale bien, es que aún no es el final”.