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¿Qué leen los que aún no leen? Primera parte

Autor
Fanuel Hanán Díaz
Fecha
25 mayo, 2017

Las fronteras de la primera infancia para muchos especialistas se extienden desde el nacimiento hasta los 7 años aproximadamente. Dentro de este amplio rango de edad, muchas cosas ocurren en el universo de los niños que pasan de un total estado de indefensión a establecer sus procesos autónomos de exploración y de sustento. Existen diferentes categorías de bebés en esta constelación: neonatos, lactantes, caminantes menores, caminantes mayores… Y esta variedad de sujetos que aprenden y se aventuran también enfrentan diferentes grados de acercamiento al lenguaje, desde la oralidad a las formas escritas, desde el embeleso que experimentan por la voz a la determinación de dejar una impronta en el papel, en las firmas y los primeras producciones escritas.

Por eso, uno de los primeros aspectos de los que debemos partir en relación con la primera infancia es que los conceptos de niños, lectura, escritura y lectores se interconectan en un proceso más prolongado y son dinámicos. También son términos flexibles y movedizos.

¿Cuál es el niño en la primera infancia? ¿Un niño que apenas comienza a sentarse y que ríe cuando se le habla en lenguaje ‘agú, agú’, o un niño que comienza a pasar las páginas delgadas dejándolas ajadas por su impericia, o un niño que se sienta en solitario a escoger sus propios libros?

¿Qué es lectura? ¿Se refiere a la lectura del código alfabético, a la silábica? ¿Es la lectura del mundo, del rostro de las personas, de las imágenes? ¿O es la lectura simulada de un texto escrito en el estimulante juego de “yo ya sé leer”?

Y la escritura, ¿cómo se materializa? ¿En las marcas garabateadas de círculos y rayas, que imitan forman orgánicas? ¿O en las estampas de los dedos y las manos sobre un papel? ¿O quizás en esas letras torcidas, que forman líneas de diferentes tamaños de formas altas y bajas en las primeras cartas que se escriben?

No quisiera ahondar sobre estas diferencias porque resultan interrogantes que ya han sido argumentadas por expertos.

Vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué leen los que aún no leen?, para comentar sobre aquellos libros que están pensados y editados para la primera infancia. Provengo del mundo de los libros, como evaluador y crítico. Por eso, quiero hablar de los libros para la primera infancia desde los libros mismos. Y para ello he organizado mis comentarios en cinco tiempos, como una partitura.

Primer tiempo: Voz y sentido

La relación con el lenguaje comienza con la voz. Por eso, ante la pregunta de qué leen los que aún no leen muchos especialistas comentan que los niños escuchan historias y se dejan arrullar por las palabras mucho antes de llegar al texto escrito.

Las palabras transmiten sensaciones muy poderosas para aquellos que están empezando a descubrir el mundo. Ellas tienen la capacidad de envolver y arropar, de estremecer, de dejar cosquillas en la piel, de detener el tiempo, de fortalecer conexiones con el entorno sensorial…

Dos aspectos son fundamentales en la palabra oral, el ritmo y el tono.

Muchas canciones de cuna están emparentadas con cadencias binarias que reproducen los ritmos de los latidos del corazón. Otras, alientan ritmos básicos que permiten enfatizar sílabas, aplaudir y establecer juegos de interacción:

Estaba el negrito con,

estaba comienzo arroz,

el arroz estaba caliente

y el negrito se quemó.

La culpa la tiene usté

por lo que le sucedió

por no darle ni cuchillo

ni cuchara ni tenedor.

De este modo, el lector ingresa en el mundo de la palabra cantada, y sus huellas en la música de la vida. Y de la relación afectiva que queda marcada por esta cadencia, que deja entrar un torrente lúdico del lenguaje, que armoniza la interrelación humana.

La tonalidad asegura por otro lado un énfasis afectivo que el bebé aprende a reconocer. La fuerza de los límites está contenida en un tono enfático (“caca, eso no se toca”), como también el tono tranquilizador que confirma el cierre feliz de un cuento. Y desde este punto de vista, el bebé reconoce en ese ritual de todas las noches una despedida que lo reconforta ante el abandono momentáneo que significa quedarse solo en su habitación hasta el día siguiente.

Estas estructuras vocales tiene la capacidad de ofrecer seguridad psíquica y aproximaciones afectivas en la interlocución con los adultos, como también un contexto cultural donde se incorporan historias que liberan la eterna lucha entre el bien y el mal, elementos lúdicos y participativos, fragmentos de una memoria colectiva…

Existe una dimensión absurda que se ejercita en mucha de estas rimas, carentes de lógica desde la mirada del adulto, pero llenas de resonancias para los niños. Formas del lenguaje que están cargadas de magia, como sim salabím, ocus focus; o que permiten formarse imágenes y acompañar experiencia colectivas de juego: A la víbora de la mar, por aquí podrán pasar, los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán…, o que son irreverentes como las versiones modernas de la canciones infantiles: Queremos comer sangre coagulada, revuelta en ensalada, vómito caliente, que sea pestilente…

Esta formas orales marca esas posibilidades de encuentro entre generaciones y alimentan los recuerdos de infancia más primarios.

Segundo tiempo: Personajes entrañables

Muchos libros que se editan para esta franja lectora tienen como intención establecer empatías. Reconocer personajes que se parecen a nosotros en sus búsquedas e inquietudes, que hacen cosas similares a las que hacemos en nuestras rutinas, que pueden permitirnos la entrada a la ficción, a ese mundo otro que está contenido en los libros.

Pienso que uno de los mecanismos más sólidos para comprometerse como lector es la conexión que se establece con los personajes. En un primer momento los personajes antropomorfizados cobran un valor significativo para los niños, los juguetes que cobran vida, los peluches que abrazamos antes de dormir, las mascotas a las que atribuimos sentimientos y comportamientos humanos, los personajes de la oralidad, anónimos y desdibujados, como María Chucena, Rin Rin renacuajo, Tío Conejo… En fin, caracteres que permiten el desdoblamiento y la proyección.

Muchos de estos personajes son ya emblemáticos de la literatura infantil regional o local. Es el caso de Chigüiro de Ivar Da Coll, un simpático roedor que se mueve en ambientaciones muy limpias, de pocos elementos, arropadas por el blanco de la página y que funcionan como escenarios limpios donde se refuerza el protagonismo de los elementos.

Los animales son quizás los personajes más populares entre estos lectores, que ya encuentran en la tradición oral arquetipos del débil contra el poderoso en los cuentos de Tío Conejo, del lobo y los siete cabritos, de medio pollito. Ejercicios que anteceden teatros psíquicos, donde se apuesta por el restablecimiento del equilibrio, pero también donde se exorcizan temores a lo desconocido. Los cuentos de animales permiten establecer un esquema básico donde el débil y más pequeño triunfan con su ingenio sobre el más fuerte o poderoso, y permiten proyectar en los animales más grandes el mundo de los adultos y las amenazas.

Establecer empatía con estos personajes posibilita proyectar condiciones cercanas a la realidad de los lectores.