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¿Qué leen los que aún no leen? Segunda parte

Autor
Fanuel Hanán Díaz
Fecha
29 junio, 2017

En esta segunda entrega, retomamos la analogía de los tiempos musicales para continuar explorando la relación entrañable que sostienen los libros con los lectores en ciernes. Distintas metáforas transforman al libro como un espacio insustituible porque ofrece significativas experiencias con el mundo de los sentidos, de la psique y el lenguaje. Lea la primera parte de este especial aquí.
Tercer tiempo. La desintegración y el yo
Quizás este es uno de los tópicos más complejos de trabajar en los libros dirigidos a la primera infancia. El desarrollo emocional de los bebés y el desarrollo psíquico pasa por frecuentes momentos de desintegración y recomposición.
Desde la perspectiva psíquica, como comentan Irizarry y Torres en Trabajando con los más jóvenes del planeta, muchos juegos planteados en la primera infancia preparan al niños para la separación, la ruptura y sensaciones de miedo. La madre que se va de la habitación y luego regresa, el juego de la cobijita en el que el bebé se tapa por un momento para experimentar la desaparición del rostro de la madre, los juegos de lanzar objetos para luego recogerlos experimentando así la distancia y la recuperación son parte de las construcciones que el niño tendrá que hacer para adaptarse a esta disolución del binomio madre-hijo.
Pero también para ir tomando conciencia del yo, de la formación de su personalidad, de su propio reflejo y su conciencia de Ser. En realidad muchas de estas experiencia se encuentran metaforizadas y se viven de forma ritual y frecuente.
Esa desintegración pasa también por la experimentación de sentimientos no controlados como la rabia, que explotan de forma desmedida, como en el caso de Fernando Furioso, cuyo sentimiento puede llegar a destruir el planeta entero en un cataclismo que encuentra finalmente su cauce.
Los sentimientos de furia están asociados a pulsiones que entran en el territorio de la sombra. Y se asocian con temores atávicos al abandono y a la devoración. De hecho, jugar a ser perseguido es un ritual que exorciza el miedo a ser apresado por un depredador.
Libros como Donde viven los monstruos conjugan de forma magistral esa asociación del arquetipo salvaje de la furia y la devoración. O el libro Ahora no Bernardo, en el que un niño es literalmente devorado por un monstruo, lo que posiciona la historia en un plano simbólico, de la furia que siente Bernardo porque sus padres no le prestan atención.
Y desde esos procesos, se va ganando, no sólo vencer estos miedos sino una conciencia de Ser, ya que después de esa muerte poética renace un nueva construcción de la conciencia más integrada. Que prepara al niño para ubicarse como parte de un mundo más amplio que el de su hogar. Me parece que este tema es interesante y tiene otras aristas más complejas que se escapan de este breve repaso que deseo ofrecerles.
Cuarto tiempo. La casa imaginaria
Esta es la foto de Abril, quien se dispone junto con su padre a leer un cuento, ataviada con su corona de papel. Y en ese espacio seguro de los brazos de Santiago ella vive la ilusión de una princesa y de un príncipe que le promete su amor en el libro, y en la vida real.
Para identificar este tiempo he querido utilizar la imagen de La casa imaginaria, tomada de un libro fundamental, escrito por Yolanda Reyes, quien ha trabajado durante muchísimos años el tema de la primera infancia. Y cuya experiencia en la bebeteca de Espantapájaros ha tomado forma en las reflexiones que hace en este libro.
Quiero referirme aquí a un esquema que ha sido tratado entre muchos promotores y especialistas. Se trata de la relación entre los niños, los libros y los adultos, determinante para consolidar el deseo por aventurarse en la lectura.
Me gustaría incluir un comentario escrito por Eva Janovitz, animadora mexicana involucrada en el tema de la formación lectora en la primera infancia.
Siempre digo que mi trabajo preferido son los talleres de lecturas con los bebés y sus papás o familiares. Cuando digo esto nunca falta alguien que abra muy grande sus ojos y se atreva a preguntarme: “¿Cómo? ¿Lectura con bebés? ¿Dese qué edad?”. Yo contesto segura: “Pues desde los seis meses”. Y ya con más confianza se atreven a preguntarme: “¿Les enseñas a leer desde los seis meses?”.
Con la paciencia que he aprendido en mis ocho años de promover espacios de lectura con bebés, suelo comentar: “Si leer es enseñarles las letras, tengo que contestar rápidamente que no”. No son las letras lo que les ofrezco, sino un espacio donde puedan acceder libremente a la cultura escrita. Con ello contribuyo para que sea real su derecho a ser ciudadanos de esta cultura antes de empezar a hablar.
Y ciertamente el libro ofrece múltiples posibilidades, desde las más físicas de adiestramiento y contacto (chuparlos, golpearlos, meterlos en cajas, pasar las páginas, reconocer la direccionalidad del discurso escrito, detenerse en las imágenes…) hasta las más inasibles, como la construcción del imaginario.
Todos reconocemos las bondades que el libro representa, y muchos estudios confirman que los niños que se inician desde muy temprano en la lectura ganan estrategias que solventan sus posibilidades de éxito escolar.
Sin embargo, esta relación con los libros no es posible sin la intervención de los adultos. La vida del niño está llena de binomios y triángulos, donde se va moviendo de diferentes maneras en la medida en que él crece como sujeto.
La forma más sana como se mantiene una relación con los padres viene dada por los libros, que facilitan la recomposición de otro triángulo entre el niño, el libro y el adulto en momentos de gran intimidad. Y el libro como un elemento de contención, donde se vierten contenidos casi infinitos, alentados por diálogos, descubrimientos, recuerdos y sensaciones.
Maurice Sendak confirma la necesidad de esta cita impostergable cuando afirma:
Si hay algún consejo que yo pudiera dar, sería ese: Si estás buscando una manera de acercarte a tu hijo, no hay nada mejor que sentarlos en las piernas y leer. Cuando los pones frente a un computador o un televisor, los estás abandonando. Los estás abandonando porque están sentados en un sofá o en el piso y probablemente estén abrazando a un perro. Pero no te están abrazando a ti.
Quito tiempo. Otros discursos
Para cerrar quisiera hablar de algunos elementos sueltos que agrupo bajo el título de otros discursos, porque me gustaría comentar acerca de otras demandas lectoras, de riesgos y nuevas formas de leer.
Alguien dijo que no hay ser humano, incluso el más escéptico, que no se sienta conmovido ante una poesía. O quizás como decía irónicamente Cocteau: “Yo sé que la poesía es imprescindible, aunque no sé para qué”.
Casi siempre cuando se define la infancia, se dice que es el estado donde el ser humano vive permanentemente en poesía. Y no precisamente porque tenga dominio ni le interesen sus aspectos formales, sino porque es la etapa donde se experimenta el asombro con mayor intensidad y se resuelven búsquedas filosóficas que no encuentran respuestas en el pensamiento científico, sino en el pensamiento poético.
Y toda esta geografía del inconmensurable imaginario infantil está gobernada por leyes sobrenaturales, cercanas al pensamiento mágico. Y aquí, la poesía tiene la insustituible faculta de alimentar con sus imágenes este secreto mundo.
Otro tipo de discurso que marca la relación con el lenguaje escrito determina una participación lectora más exigente. Se trata de la ironía, esa capacidad que muestran los discursos para denotar sentidos divergentes, no apegados a una interpretación literal, que es lo que se pudiera esperar de un lector en esta franja de la primera infancia. Veamos el libro Un cuento de oso, de Anthony Browne.
Este libro álbum utiliza el esquema de la anticipación tan seguro para los lectores de esta edades. Poder formular hipótesis acerca de aquello que estamos leyendo nos conduce a situaciones “sanas” de interacción y ensayo en las que el lector especula sobre un acontecimiento que está por venir, pero también le permite formular hipótesis que se validan o invalidan cuando se pasa la página.
Este oso dibuja con un lápiz mágico elementos que lo ayudan a enfrentar situaciones inesperadas y amenazantes, lo que ya implica una metáfora que tiene ver con la creatividad, cómo surge en el artista y cómo toma forma una idea, que se materializa con tal fuerza que puede intervenir la ficción. El libro plantea una inteligente relación entre el mundo de ficción que es el libro y el mundo de ficción que es la literatura, pues los personajes que aparecen, lobo, cerdito, bruja y osos protagonizan diversas historias de la tradición oral que encuentran aquí un escenario compartido.
Intertextualidad en las imágenes, mundos de ficción paralelos, construcción de una ficción sobre la ficción son algunos de los recursos que este libro, aparentemente simple, activa en el lector. Y en consecuencia, la demanda que hace es exigente a ese niño que probablemente ya camina, sostiene el libro entre sus páginas y es capaz de terminarlo de forma autóno.