En el 2015, Fundalectura, organización que trabaja por el fomento de la lectura y la escritura en Colombia, y el Ministerio de Cultura de ese país publicaron un estudio sobre el retorno social de la inversión que el gobierno nacional ha venido realizando desde 2010 en dotación de libros para bibliotecas públicas y escolares, centros de atención infantil, hogares comunitarios y poblaciones con vulnerabilidad económica.
Según los cálculos realizados por los autores del estudio, el retorno social de la inversión en el fomento de la lectura en primera infancia —esto es, la expresión de la relación costo-beneficio de estas iniciativas, y que se emplea para cuantificar los beneficios de los programas y políticas sociales— para el año 2012 fue de 4,8; es decir que por cada dólar invertido se produjeron beneficios económicos de 4,8 dólares. Estos réditos fueron establecidos a partir de variables como la mejora del desempeño escolar, que le representa al Estado un ahorro futuro en programas educativos remediales y repitencia escolar; un mayor nivel de desarrollo de habilidades cognitivas de los niños, que se traduce en un aumento proporcional de las aspiraciones salariales en la vida adulta, o el incremento en la proporción de su tiempo libre que los padres dedican a leer con sus hijos, y que, de acuerdo con los investigadores, incidiría en la reducción de los castigos físicos contra los niños en el hogar.También el año pasado se presentaron los resultados de un estudio, realizado por Save the Children y la Universidad de Emory, en Estados Unidos, que evaluó el impacto de las medidas de atención a la primera infancia en El Salvador, India y Honduras, en salud, nutrición, cuidado y educación inicial. En esta última área, se encontró que la cobertura de El Salvador para los niños e 0 a 3 años apenas llega al 2 %. Frente a estos resultados, y apoyados en el argumento de que los réditos económicos de los programas dirigidos a las poblaciones con mayor vulnerabilidad económica alcanzan los 18 dólares por cada dólar invertido, representantes de Save the Children en ese país centroamericano instaron a los responsables de la política pública a ampliar el presupuesto de educación destinado a los niños más pequeños, y a incluir en mayor medida en los programas a los padres y cuidadores, cuya participación en las acciones para fomentar el desarrollo de los niños tiene el potencial de optimizar los resultados.
Mención especial requiere una de las experiencias más exitosas de intervención gubernamental en la crianza realizadas en el continente, que se desarrolló en Kingston, Jamaica. En 1986, 124 niños de entre 9 meses y 2 años de edad de los sectores más deprimidos de la capital participaron en un programa domiciliario de estimulación temprana. En visitas semanales al hogar, personal especializado de los centros de salud les brindó a los padres de estos menores, además de información y apoyo en temas como nutrición y salud, orientación sobre cómo contribuir al desarrollo cognitivo y emocional de los pequeños a través del juego, la lectura y la interacción con los adultos. Al final del programa, estos niños lograron resultados en su desarrollo cognitivo notablemente más altos que el grupo de control, conformado por otro grupo de menores que no fueron objeto de la intervención. Lo más interesante de este caso es que, gracias a un seguimiento de estos niños a lo largo de 20 años, se encontró que, luego de 11 años, ellos tenían un coeficiente intelectual más elevado un mejor desempeño escolar y que, al llegar a la adultez, presentaban menos conductas violentas y tenían remuneraciones salariales 24 % más elevadas que el grupo de control.
Todos estos análisis se encuentran en la misma línea de los numerosos estudios, investigaciones, textos académicos y documentos especializados de organismos gubernamentales e intergubernamentales que esgrimen el impacto económico de los programas de atención integral infantil como uno de los principales argumentos para enfatizar en la necesidad de realizar acciones, desde todos los sectores de la sociedad, para mejorar el bienestar de los niños más pequeños. Estos trabajos siguen los planteamientos del nobel de economía James Heckman sobre la rentabilidad social de la inversión en la primera infancia, que podrían sintetizarse en esta fórmula básica: a mayores oportunidades de desarrollo de las habilidades cognitivas, lingüísticas, psicosociales y emocionales durante los primeros años de vida, mayor productividad y mejores expectativas en términos de calidad de vida en la edad adulta.
Estos argumentos, que dan cuenta de los beneficios de la inversión en la primera infancia no solo para el bienestar de los individuos a la largo de toda su vida, sino también para el crecimiento económico y el desarrollo social de los países, sin ninguna duda han contribuido a impulsar alrededor del mundo, en los últimos años, numerosas iniciativas públicas encaminadas a garantizar que los niños entre 0 y 6 años cuenten con las condiciones necesarias para su desarrollo integral. Así lo muestran varios de los más recientes informes de entidades como la UNESCO y el Banco Interamericano de Desarrollo, que registran un aumento generalizado en la región, en la última década, en la cobertura de los servicios de salud y educación para los niños más pequeños, así como una considerable reducción en las tasas de mortalidad y desnutrición infantil.