He participado recientemente en Madrid del 6º Foro Iberoamericano de Literacidad y Aprendizaje y la 20ª Conferencia Europea sobre Lectura y Escritura en una mesa redonda con colegas de la OEI, Portugal y España. La coordinadora, consultora Inés Miret (Neturity), me planteó la cuestión de las posibilidades de permanencia de los Planes Nacionales de Lectura, esto es, ¿cómo hacerlos sostenibles con los cambios de gobiernos? Lo que sigue es una síntesis de mis observaciones acerca de ese tema fundamental y tiene como base argumentativa la experiencia de diez años del Plan Nacional del Libro y Lectura de Brasil, de los cuales estuve al frente durante siete años en dos periodos distintos.
Hay una observación previa a esa pregunta: ¿qué política pública de lectura buscamos implantar en Brasil entre 2006 y 2010 y qué denominamos Plan Nacional de Libro y Lectura? La observación que podría parecer especulativa es fundamental cuando se trata de formular y evaluar políticas públicas en un país como Brasil.
Y cuando me refiero a Brasil no es solo por su absoluta diversidad o su más cruel y persistente desigualdad, sino también porque no siempre lo que es presentado como política pública tiene en cuenta algo que debería ser esencial a todas ellas, es decir, los intereses y necesidades de la mayoría de la población brasileña. El PNLL, por su construcción sui generis en la historia de los gobiernos, con amplias y profundas consultas a todos los segmentos involucrados en la construcción de lectores en el país, se preocupó por formular e implementar políticas públicas que alcanzaran y dieran respuestas a la mayoría de la población brasileña e indujo la formulación de ejes de orientación de programas de Estado que tuvieron en cuenta, ante todo, las necesidades más agudas de esa población excluida de su derecho a la lectura y que hoy suman más de 153 millones de ciudadanos en una población de 207,8 millones de habitantes.
No se trató, por lo tanto, de forjar una política poco ambiciosa, poco amplia, orientada a resolver, como de costumbre, problemas sectoriales de sustentabilidad y desarrollo, por ejemplo, de los productores de libros. En Brasil solíamos escuchar durante años al Ministerio de Educación afirmar que era el mayor comprador de libros del mundo. De hecho, el Gobierno es responsable en promedio del 40% de la facturación de la industria editorial brasileña hace muchos años y contaba, hasta ahora, con una elección y distribución sensata de los títulos. Se constituyó, por lo tanto, en programa de Estado que impuso un avance real en el suministro de libros didácticos y de interés general y literario en las escuelas brasileñas de primer grado y de enseñanza secundaria. Sin embargo, y a pesar de estos programas de distribución de buenos libros en la Educación, el índice de alfabetización o de alfabetismo pleno en Brasil es de solo 26% de la población, según el Indicador de Alfabetismo Funcional – INAF (Instituto Paulo Montenegro). Ni siquiera las inmensas inclusiones de millones de personas en la educación constatadas entre 2003 y 2014 fueron suficientes para modificar porcentualmente ese índice.
Cuando iniciamos la formulación del PNLL sabíamos también que incomodaría mucho, por el escenario difícil que desnudaría tanto en el campo de la educación como en el de la cultura. Finalmente, por primera vez en el país se buscó nominar con todas las letras el porqué y la necesidad de crearse un plan nacional de lectura y escritura que, implantado como ley, podría modificar directrices y prácticas ya instaladas en zonas de confort de los gobiernos. Y al iluminar prácticas y concepciones equivocadas o insuficientes sobre ese tema nosotros enfrentamos, con el texto analítico y propositivo del PNLL, las profundas y diversas desigualdades que impiden la equidad pública y el uso de la cultura escrita por todos los brasileños.
El arco inmenso de necesidades a enfrentar para transformar a largo plazo una situación calamitosa de ausencia de recursos materiales y humanos para formar lectores se alió a la histórica “elitización” de las capas lectoras de la sociedad brasileña, constitutivamente excluyentes para los no lectores. Súmese a esta situación nacional el cuadro gravísimo de una era internacionalmente marcada por la “espectacularización” del cotidiano, por el culto al chisme y el desmerecimiento del trabajo de construcción intelectual y literaria, reemplazada cada vez más por productos literarios perversos que mueven grandes fortunas, pero que no forman lectores autónomos, críticos, señores de su propio pensamiento.
Cuando tratamos de sustentabilidad de un plan como ese, es de este tipo de política pública que mi respuesta trata. Sabíamos que la cuestión de la sustentabilidad sería el mayor desafío en un país con la historia de iniquidades como Brasil, marcado por la permanente discontinuidad de políticas públicas de inclusión. Ha sido necesario apostar alto, enfrentar la incomprensión incluso de aquellos que estaban como compañeros en los órganos de Gobierno, pero que seguían viendo el árbol y no el bosque, confundiendo un plan nacional de lectura con programas técnicos de formación lectora.
Con estos desafíos, las claves y las propuestas de sustentabilidad del PNLL nacieron junto con él y forman parte de su más profunda concepción de qué tipo de política pública necesitamos para Brasil. Y la concepción teórica buscó en la escucha de los militantes por la lectura su legitimidad: no es por casualidad que sumamos más de 150 reuniones por todo el país apenas en 2006; cuatro años de consulta pública abierta virtualmente entre 2006 y 2010; incontables seminarios y encuentros debatieron el tema con especialistas e interesados en los eventos de la cultura y de la educación y se realizaron aún tres conferencias nacionales de cultura entre 2007 y 2013. Entendemos hoy que el PNLL es un verdadero pacto social y constatamos su empoderamiento por todos los grupos que luchan por la lectura en Brasil – escucho por todo el país a los militantes de la lectura afirmar: nuestro PNLL.
Además de las acciones y programas en el Ministerio de Cultura y el de Educación inducidos por los ejes de acción del PNLL –como, por ejemplo, la implantación de bibliotecas públicas en casi 1.700 ciudades brasileñas que jamás habían tenido ese equipo-, lo que define mejor su sustentabilidad fue la opción política y metodológica del Gobierno federal que entendió estratégicamente que la construcción del PNLL debería ser en total sintonía con la sociedad civil, llamándola a formular y cooperar en la gestión de los cuatro ejes estructurantes del Plan.
La sustentabilidad expresada por el fundamento conceptual de unidad entre Estado y Sociedad más Cultura y Educación se tradujo en los cuatro ejes estructurantes que unieron todos los vínculos de la cadena para la formación lectora:
Democratización del acceso a la lectura.
Fomento a la lectura y a la formación de mediadores.
Valorización institucional de la lectura e incremento de su valor simbólico.
Desarrollo de la economía del libro.
Los órganos gestores del PNLL, formados por el gobierno federal y por la sociedad, incentivaron a partir de esos ejes la formación, desde 2008, de Planes Estatales y Planes Municipales de Libro y Lectura, descentralizando y llevando para el lugar de vivienda de los lectores y no lectores la responsabilidad y la autoridad de hacer crecer el movimiento por la formación lectora en Brasil. Hoy, en el estado crítico y de gran inestabilidad política del país, derivado de la deposición de una presidenta constitucionalmente electa, la llama de la sustentabilidad del PNLL se encuentra en los municipios, en los miles de acciones que se realizan cotidianamente con identidad a los principios del PNLL, hasta porque esos principios del plan nacional son una síntesis de la lucha pro-lectura practicada en Brasil por lo menos desde Mario de Andrade en la década de 1930.
La respuesta a la pregunta sobre la sustentabilidad de esta política pública sólo puede ser esta en el caso brasileño: las propuestas de futuro son los desdoblamientos de los programas formulados por el PNLL en sus cuatro ejes y la clave de esta sustentabilidad será la capacidad de resistencia y avance de la sociedad civil, que comprende que esta es una lucha estratégica para la autonomía ciudadana y para una sociedad más justa en Brasil, en la era de la información y del conocimiento.
Como tantos otros desafíos en mi país, tan marcado por la desigualdad y por la exclusión, la conquista del DERECHO A LA LECTURA y a la alfabetización es factor objetivo y estratégico para nuestra sustentabilidad y para nuestra democracia. Una vez más, será la respuesta de la sociedad organizada en torno a compromisos democráticos y de la cadena creativa, productiva, distribuidora y mediadora del libro y de la lectura la que podrá definir la permanencia o la discontinuidad de este Plan de formación de lectores que solamente obtuvo éxitos mientras fue aplicado con seriedad y respeto a sus principios y metas. En síntesis, se trata de realizar plenamente el sentido más elevado de la política pública, que es fomentar ciudadanía y afirmar derechos humanos, encrucijada permanente de nuestras sociedades aún en formación.
La versión en portugués de este artículo se encuentra aquí