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¿Cómo inciden las prácticas culturales en la igualdad de género?

En conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora,  el Cerlalc reconoce que la igualdad entre hombres y mujeres es una pieza clave del desarrollo sostenible, por eso resaltamos los Indicadores UNESCO de cultura para el desarrollo enfocados en medir el avance de la igualdad de género. Presentamos así, un resumen de las principales ideas en torno a la cultura como obstáculo o como ventaja para la igualdad expuestas en el documento de la UNESCO.

Durante el siglo pasado cambios importantes, como la incorporación de un gran número de mujeres a la fuerza de trabajo y a la política, o su mayor disponibilidad de medios de control de la reproducción, afectaron de manera considerable las relaciones entre las mujeres y los hombres. Este es tan solo un aspecto básico de cómo los factores socioeconómicos y políticos han evolucionado para incidir en las relaciones de los seres humanos y contribuir a la configuración de valores, normas y prácticas culturales de igualdad.

La UNESCO entiende por género, una construcción sociocultural que diferencia y configura los roles, las percepciones y los estatus de las personas en una sociedad. ¿Qué es entonces la igualdad de género y cómo se integra en el desarrollo sostenible? Durante los últimos cincuenta años los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil han desplegado esfuerzos concertados a fin de formular y aplicar políticas capaces de crear un “terreno de juego” más justo y equilibrado para las mujeres y los hombres.  Esto teniendo en cuenta aspectos específicos de cada sexo (por ejemplo, la reproducción) y abordando los principales obstáculos para la consecución de la igualdad. Se entiende por igualdad de género, la igualdad de oportunidades y de derechos entre las mujeres y los hombres en las esferas privada y pública que les garantice la posibilidad de realizar la vida que deseen.

Gracias a la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), la Plataforma de Acción de Pekín y otros acuerdos e iniciativas internacionales se lograron un consenso y marco de acción internacionales que han permitido lograr avances notables para subsanar las disparidades de género en ámbitos como el salarial y los resultados educativos, entre otros aspectos.  A pesar de estos esfuerzos, el camino para la igualdad sigue siendo largo.

A menudo se considera que la cultura marca límites al logro de la igualdad de género y se la invoca para justificar la resistencia a las estrategias e intervenciones públicas encaminadas a promover dicha igualdad aduciendo que están en conflicto con prácticas culturales y tradicionales. De esta manera, la cultura se utiliza como “instrumento eficaz para evitar el cambio justificando el orden de cosas existente”.

Esta idea y utilización de la cultura como justificación para mantener el estatus quo en materia de género quebranta su dinamismo y capacidad de adaptación a los contextos y valores cambiantes de las sociedades, así como su eficacia para impulsar una transformación social positiva. El respeto de la diversidad, las tradiciones y los derechos culturales es perfectamente compatible con la igualdad de género porque esta entraña que todas las personas, tanto mujeres como hombres, tengan las mismas oportunidades para acceder a la cultura, participar en ella y contribuir a plasmarla en pie de igualdad. Esa igualdad enriquece los procesos culturales de cambio y les añade valor ampliando el número de opciones y opiniones y garantizando la expresión de los intereses y la creatividad de todas las personas.

Para que la igualdad de género se valorice y promueva no solo por las instancias públicas, mediante intervenciones e inversiones (políticas y otras medidas), sino también por las personas y las comunidades, es preciso que dicha igualdad se reconozca como derecho humano y motor de desarrollo. Las acciones públicas encaminadas a construir sociedades abiertas e integradoras en las que se respeten plenamente los derechos de ambos sexos se ven reforzadas y consiguen resultados más sostenibles cuando son comprendidas y respaldadas por las personas y las comunidades a las que están dirigidas.

Para ello es necesario un proceso de diálogo, consenso y gobernanza participativa que fomente el sentido de apropiación, así como la comprensión de que la igualdad de género aporta beneficios para todos.