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La raza y el libro en América Latina: Una relación inquietante

Autor
María Isabel Mena
Fecha
5 diciembre, 2018

“Cuando las leonas tengan sus propias historiadoras,
las Historias de la cacería dejarán de glorificar la Historia del león”.
Adaptación del proverbio del pueblo africano Igbo.

Los Igbo, pueblos africanos cazados y deportados a América durante la trata y la esclavitud, hoy habitan parte de Nigeria y son conocidos por honrar la memoria ancestral africana, con la idea emblemática de que los seres humanos están hechos de recuerdos.

Después de agradecer a los Igbo por ese gran proverbio, es importante reconocer que los libros pueden enaltecer a los pueblos, contar su resistencia, llenar de orgullo a quienes los leen, pero los libros también pueden envilecer los relatos cuando se ocupan solo de contar la historia del vencedor.

En consecuencia, cuando se revisa la política editorial en América Latina, es necesario resaltar los avances en esta materia: los progresos han sido intensos. Los informes sobre el libro muestran grandes desarrollos en países que lo han entendido como parte de los derechos inalienables del individuo en un Estado social de derecho.

Muestra de ello es el hecho de que se inviertan recursos en bibliotecas ubicadas en los parques, en el transporte público, que se promuevan experiencias comunitarias de procesos lectores que demuestran la idea de una nueva relación con los libros, no solo en espacios públicos sino en otros escenarios que cobran vigor y que son utilizados por las comunidades para la promoción y difusión de la lectura.

Recuerdo por ejemplo iniciativas muy interesantes en el departamento del Chocó (Colombia) y en otros territorios donde no hay grandes librerías. Algunos líderes están realizando eventos de libreros, convocan ferias del libro en zonas no andinas y trabajan con promotores de lectura en las zonas marginales.

Todo ello permite sumar intereses específicos en la cadena del libro, aunque es lógico que aún falte superar varios obstáculos regionales. Queda una tarea grande por resolver pero hoy el parte es mucho más positivo que en décadas pasadas.

Con todo ese pasivo es fundamental decir que existen experiencias lectoras que logran impactar regionalmente la relación de los colombianos con la política editorial. Por ello es pertinente presentar un panorama local del consumo editorial. Los datos deberían ser una tarea permanente para el monitoreo del sistema librero, pues los indicadores forman parte de las señales de progreso en la democracia colombiana. Si consideramos al libro como un síntoma del avance en el bienestar cultural, entonces estamos ante un asunto de derecho que debe ser cumplido por los distintos gobiernos.

Incluso deberíamos permitirnos soñar que en algún momento existan políticas sobre el libro para adquirirlos como parte de la canasta familiar, como un ingrediente más de la adquisición de productos para alimentar no solo el cuerpo sino el espíritu. Imaginar una cesta llena de tomates, carne, pollo, pescado, frutas y también de libros sería fantástico para hacer mercado en familia.

Pero, claro, en el diagnóstico entre lo que existe y el punto adonde se quiere llegar hay una escala de grises, todo un camino que se ha ido recorriendo pero al que aún le falta por alcanzar para llenarse de tranquilidad. Aquí pienso en los públicos que atiende el mundo editorial y los que por mecanismos históricos de exclusión han estado en la periferia del libro. Me refiero a las personas negras.

Valdría la pena producir un estado del arte sobre el libro en América Latina que revise los enfoques que se han  privilegiado en la política del libro que muestren las fortalezas de una sociedad diversa desde el punto de vista racial.

Sería apenas justo reconocer, a través de una curaduría iconográfica por ejemplo, qué oferta se hace a los niños y niñas que leen nuestros libros y el impacto que esto significa en la construcción de una identidad individual o colectiva, pero que también esas imágenes aporten al orgullo como personas negras. Hacia esas estrategias de fortalecimiento identitario, hacia esos logros culturales, deben encaminarse los planes lectores.

Porque para nadie es un secreto que los siglos de historia colonial cuestan un saldo profundo en la manera que se difunde cierta literatura y otra que no es tan familiar encontrar en las librerías, bibliotecas y demás.

Pienso por ejemplo en las generaciones que han aprendido a leer y escribir con cartillas como Nacho, Coquito, Alegría de leer, que, sumados a los cuentos como Caperucita Roja o Blanca Nieves, forman parte de los libros que desde el siglo XIX son los referentes para el momento de la escolarización y esto hay que pensarlo detenidamente para darle sentido al principio multiétnico y pluricultural de la Constitución Política colombiana.

Concretar lo anterior pasa por el reconocimiento de experiencias territoriales, lingüísticas y raciales que darían un vuelco a la manera de leer y escribir a partir de contextos culturales que deberían ser potenciados por el libro latinoamericano.

No creo que sea necesario sacar de las bibliotecas la producción blanca del libro, solo creo necesario avanzar en pequeños gestos de inclusión racial en los catálogos, aprovechando el buen momento que vive la política editorial, con todos sus desafíos.

Quizás sea un buen momento para revisar los marcos conceptuales que orientan la mirada a partir de la cual se estimula a leer libros que nos conectan con las realidades desafiantes para una región como América Latina y sus posibilidades de futuro. A lo mejor es el momento esperado para plantearse metas justas con las comunidades negras y su impacto en el mundo editorial.

Quizás encontremos algunos textos que se hayan preguntado cuántas veces aparecen las personas negras e indígenas en un  libro o que cuestionen en qué roles se presentan cuando esas poblaciones son objeto de un relato determinado. 

A quienes seguimos la dinámica del libro debería preocuparnos cuántos textos de nuestras bases bibliográficas apoyan la formación de lectores con lengua distinta a la dominante o con fenotipos distintos. Vale la pena preguntarse cómo las instituciones que tienen a su cargo la política del libro responden a unas expectativas que no pueden ser ajenas a la historia de las comunidades que habitan las antiguas colonias europeas. En ese sentido, es menester plantear algunos elementos que puedan orientar en clave de usuarios diferenciados.

Una primera clave podría estar representada en tomar los datos oficiales para determinar el peso de las poblaciones en la lógica de los presupuestos basados en una fórmula matemática en la que si el gobierno nacional predica que el pueblo negro es el 10.6% de la población colombiana ese mismo porcentaje debería aplicarse a la distribución de la política editorial.

Preguntarnos cómo hacer real y concreto el dato oficial implica por lo menos tres tareas: por ejemplo, un plan lector que respete esa cifra mencionada deberá integrar a un grupo significativo de autores negros, así como temáticas relativas a esas comunidades con indicadores, que evidencien avances en la implementación de enfoques poblacionales, sensibles al género y a la raza.

Un segundo tema a analizar está relacionado con el sujeto lector. Hoy, cuando gran parte de la información circula por redes, es sorprendente que aún existan zonas geográficas con problemas de conectividad. Por ello vale la pena hacer conciencia de los lugares que aún permanecen por fuera del alcance editorial.

Por lo anterior, muchas poblaciones se estarían agradecidas si en territorios apartados existieran posibilidades de reuniones periódicas para saber qué pasa con el libro, las novedades de mayor interés por edades y si esas preguntas se realizan cruzando variables de raza y género. Porque probablemente las respuestas debemos construirlas y no darlas por hecho. No se debe pensar que es obvia la distribución de información para los niños y para las niñas. Esa pregunta vale la pena construirla y responderla.  

Porque si bien los temas de las mujeres han escalado a una mayor sensibilidad en la sociedad, la revisión minuciosa del impacto de las decisiones editoriales puede arrojar valiosa información para fortalecer la toma de decisiones ante la dinámica del libro.

A este conjunto de inquietudes añadiría un tercer asunto: la raza en la bibliografía que utilizan instituciones las universidades y los centros de investigación que producen estudios de alto nivel para la toma de decisiones. Existe la tendencia a desconocer el impacto de la raza en fenómenos como la pobreza o la clase social.

Lo paradójico de este tipo de estudios es que siempre están mostrando gigantes diferenciales entre un grupo y otro. Es decir que cuando las cifras no son ciegas al color van a mostrar de forma descomunal las brechas entre personas que pertenecen a los pueblos negros y otros grupos. Esto se vuelve muy complejo en Colombia porque existe una mentalidad a negar rotundamente la existencia del racismo como una realidad social. Por ello, se requiere que los libros apoyen la construcción de frentes teóricos, epistemológicos, metodológicos y prácticos para solidificar las discusiones técnicas que inciden en la política pública.

En cuarto lugar, sería clave entrar en contacto con pensadores negros de otras latitudes y, si es necesario, traducir los textos para que lleguen a comunidades mucho más grandes, que requieren procesos fuertes de empoderamiento y, parte de ello, tiene que ver con la oferta que un Estado Social de derecho les provea.

Finalmente, será necesario hacer ejercicios de diagnóstico, seguimiento, evaluación de una política editorial sensible al género y la raza que permita la generación de indicadores para todo el ciclo.

Solo de esta forma, cruzando información sistemática entre grupos de interés y la sensibilidad estatal, se logrará construir el camino de la conciencia en los diversos grupos que conviven en la sociedad.

Visto así, el camino por andar es complejo, pero no se puede abandonar el barco en momentos donde requiere audacia y valor para encontrar el rumbo que será legado a las próximas generaciones. Solo soñando de esa manera se construirá un gran edificio social donde quepamos todos los seres de este bello planeta.