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Los desafíos de la digitalización en la industria editorial y la mediación lectora

Autor
Vicente Davanzo
Fecha
15 enero, 2024

Por: Vicente Davanzo

En la medida en la que el lenguaje, las palabras y la escritura son invenciones humanas y que el libro como dispositivo es en sí mismo una tecnología, la lectura siempre ha sido una actividad posibilitada y esencialmente mediada por los aspectos tecnológicos. Ya sea en cuanto a la materialidad de los libros y objetos de lectura o sus contextos de producción, transmisión, conservación y uso por parte de los lectores o, incluso, en cuanto a sus contenidos, la tecnología juega un rol ineludible que no debe dejarse de lado en las acciones de mediación y formación de lectores.

En las últimas décadas y, en especial en los últimos años, los procesos de digitalización se han expandido y profundizado en variados aspectos de la vida. La lectura no ha estado fuera de esta transformación. La Encuesta de Hábitos y Percepciones Lectoras en Chile 20221, realizada por Ipsos y Fundación La Fuente, da cuenta de esta realidad: entre quienes leen libros, un 49 % dice hacerlo digitalmente todas las semanas y 19 % dice utilizar audiolibros con la misma frecuencia. Si bien ambos formatos de lectura, indisolublemente unidos a contextos y soportes digitales, son inferiores a la lectura tradicional de libros impresos (55 % todas las semanas entre los lectores de libros) son resultados importantes, sobre todo si consideramos que en estudios anteriores la lectura de libros digitales había obtenido frecuencias muy inferiores2 y los audiolibros ni siquiera habían sido considerados en las mediciones.

Esta irrupción de la lectura digital, que además no debe considerarse solo en los libros, sino también en diarios, revistas, redes sociales, sitios web y una miríada de materiales digitales de lectura, ha traído una serie de cambios, con efectos positivos y negativos de cara al fomento lector, la mediación y la formación de lectores.

Por ejemplo, la proliferación de los dispositivos digitales y la popularización de materiales digitales de lectura, como el e-book y el audiolibro, han permitido que estos elementos de la cultura escrita estén a la mano de muchas más personas que en el pasado. La venta de libros impresos en internet, con grandes distribuidoras a nivel multinacional como Buscalibre o incluso con la venta de libros usados en redes sociales, ha dinamizado el mercado editorial y agilizado el movimiento de materiales impresos entre los lectores, mientras que la venta de libros digitales ha permitido tener alternativas más económicas para acceder a una determinada lectura. Finalmente, y aquí entrando en un terreno más gris y complejo, la piratería online ha permitido poner cualquier libro al alcance de cualquier lector con los medios para moverse en ciertos entornos digitales.

Por otro lado, la digitalización de la vida, de la cual la lectura es parte, implica que esta actividad pase a formar parte de las dinámicas propias de los entornos digitales, compitiendo con lenguajes y soportes que están mejor adaptados a las características propias del medio. En otras palabras, en el contexto de la digitalización, y dentro de la llamada ‘economía de la atención’, la lectura ha pasado a «competir» por el tiempo y la concentración de los lectores con las redes sociales, los videojuegos, las plataformas de contenido audiovisual, etc. Estos otros lenguajes y soportes para las industrias creativas, así como para la transmisión y socialización de conocimientos, historias y experiencias humanas, están mejor adaptados a los entornos digitales que la lectura en su concepción más tradicional, al haber nacido dentro de estos contextos. Mientras que la lectura tuvo un proceso de adopción y adaptación mutua con el mundo digital, las redes sociales, videojuegos, y plataformas audiovisuales surgieron dentro de esta realidad.

Estos efectos positivos y negativos de la digitalización deben ser tomados en consideración desde el punto de vista de la mediación lectora y la formación de lectores. En este sentido, es muy importante que las iniciativas y proyectos de fomento lector no ignoren la agencia que los dispositivos, medios y soportes digitales tienen sobre las personas.

Para ejemplificar esto último, puedo referir a mi propia experiencia con el dispositivo Kindle. En enero de este año adquirí un Kindle de nueva generación. Ya había tenido uno antes, pero esta versión tiene una serie de nuevas características que han transformado la experiencia. Por ejemplo, la posibilidad de subrayar fragmentos de los libros leídos y añadirlos a mi colección de notas. Al estar conectado a internet, el lector de Kindle me avisa cuando, en mis lecturas, aparecen fragmentos que ya han sido subrayados muchas veces por otros lectores. En esta pequeña y simple acción, se socializa la experiencia lectora y se convierte en algo mucho más colectivo que la noción tradicional de lectura solitaria en el papel. Otro ejemplo se da en las funcionalidades incorporadas al complementar el dispositivo Kindle con la aplicación para celular, que permite leer en el teléfono, administrar la biblioteca, comprar nuevos libros y enviar materiales de lectura desde el smartphone. Además, la aplicación de Kindle reúne datos de lectura del usuario y los presenta con un carácter de ludificación, dando estadísticas como la cantidad de días y semanas consecutivas leyendo en el Kindle y entregando reconocimientos al llegar a ciertas marcas. Desde que incorporé estos factores en mi experiencia como lector, me he descubierto sintiendo un mayor incentivo para leer en digital, para mantener y aumentar mis estadísticas en la aplicación, y un desincentivo por leer o comprar libros impresos, pues estos no quedarían registrados en mis métricas de lectura. Ambos casos, el subrayado de fragmentos del libro y la ludificación de los datos, dan cuenta de la agencia que los medios digitales tienen sobre las personas.

En definitiva, la digitalización de la lectura es un proceso complejo, con importantes efectos positivos y negativos para la industria editorial, el fomento lector, la mediación y la formación de lectores, y con una importante agencia sobre las personas. Será necesario, entonces, que los mediadores sepan ponderar y tomar en cuenta estos factores al momento de desarrollar acciones de mediación y formación de lectores. Como suele pasar en muchos ámbitos, los extremos, la tecnofilia y la tecnofobia en este caso, no son verdaderas soluciones. La tarea del mediador, entonces, es también la de buscar un equilibrio entre estos factores y transformaciones para que sus acciones sean exitosas en la mediación y la formación de lectores.


  1. Ipsos y Fundación La Fuente, Encuesta de Hábitos y Percepciones Lectoras en Chile, Abril 2022. https://www.ipsos.com/es-cl/ipsos-y-fundacion-la-fuente-presentan-el-primer-informe-de-su-estudio-de-habitos-y-percepciones
  2. En el estudio Chile y los Libros 2010, realizado por Fundación La Fuente, solo un 1,4 % dijo utilizar libros electrónicos. https://www.fundacionlafuente.cl/2022/wp-content/uploads/2023/02/1347300320Chileyloslibros2010.pdf

Bibliografía

Acerca del autor

Vicente Davanzo Barros (Santiago, 1993) 
Estudiante del Diplomado en Cultura Escrita y Formación de Lectores en la Universidad Adolfo Ibáñez

Gestor cultural y mediador de lectura. Durante tres años fue parte del equipo de Biblioteca Viva, un proyecto de bibliotecas públicas ubicadas en centros comerciales, en su sede Tobalaba, Puente Alto. Desde 2021 trabaja en el área de Comunicaciones de Ipsos, una empresa global de investigación de mercados, en la que lideró un estudio sobre hábitos y percepciones lectoras en Chile. Coordina un club de lectura para trabajadores de la empresa. En 2024 estudiará el Máster en Edición de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona.